INDUCING THE PLEASURE DREAMS V2

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Portada de I.P.D. V2, diseño de David Adiego

 

Corría el año 1995 cuando Justo Bagüeste editó su disco I.P.D. en el sello Geometrik. En las postrimerías del siglo XX, este álbum pretendía inducirnos un sueño placentero para, sumidos en él, encarar el sprint final hacia el cumplimiento de esa promesa colectiva que se escondía tras la cifra 2000. Aquellas particulares variaciones Goldberg para el fin del milenio tenían que ser electrónicas: fueron interpretadas con mini moogs, radios de onda corta y sintes analógicos.

La relación entre tecnología y esperanza en el futuro fue una característica primordial del siglo que dejamos atrás hace casi 20 años. La historia de la música electrónica discurrió siempre en paralelo a la imaginación de un porvenir utópico. Los sueños descabalados, fluidos y libérrimos en los que la psicodelia, la música progresiva, el ambient, la new age, el house y el chill out pretendieron embarcar al oyente eran también atisbos, fantasías más o menos conscientes de nuevas sociedades más civilizadas, que propiciaran el entendimiento mutuo, el desarrollo y expansión de la conciencia colectiva. Hubo placer incluso en la distopía: hasta en la más furibunda música industrial facturada durante el pasado siglo –tal vez en ella más que en ninguna otra- encontramos el sentido del humor, la celebración y el placer que se alojaba en la certeza de estar, parafraseando a Benjamin, expresando la tendencia adecuada mediante el medio adecuado o, parafraseando a Rimbaud, siendo absolutamente moderna.

En 1995 también comenzaba a implantarse el elocuente término “nuevas tecnologías” para referirse a otro paradigma tecnológico en ciernes, que habría de definir a la postre el nuevo siglo: el mundo digital, globalizado e hiperconectado, que ha reducido a la mínima expresión los dispositivos necesarios para expresarnos y comunicarnos, y parece haber relegado a todos aquellos sintes, osciladores y madejas de cables a la categoría de cacharrería obsoleta. Curiosamente, con la cacharrería parece haber quedado obsoleta la esperanza. Tras varias décadas de uso de Internet y smartphones se han generado macroestructuras y patrones de comunicación intersubjetiva que pondrían en entredicho cualquier teoría utópica que propugnase la liberación a través de la tecnología. El fácil acceso a nuevas herramientas de software musical ha multiplicado las posibilidades para la creación. Sin embargo, la filiación tecnológica de las músicas electrónicas de nuevo cuño no conlleva per se un compromiso visionario; tanto conceptualmente como literalmente, la tecnología ha “perdido peso”.

El 29 de octubre de 2016 Bagüeste y Suso Saiz, productor de la seminal grabación de 1995, participaron en el Festival Periferias de Huesca. Iban a reinterpretar I.P.D. veinte años después. Era una sesión doble: tras ellos tocaba Hans Joachim Roedelius, miembro de aquella mítica generación de músicos alemanes de los 70 que vieron en los sonidos electrónicos el lenguaje apropiado para describir el entusiasmo de una juventud que huía de un pasado ominoso. Esa velada llevó por nombre Harmonías planeadoras, aunque bien podría haberse titulado Días del Futuro Pasado, como aquel disco de los Moody Blues con el que el rock progresivo comenzara a balbucear en 1967.

Bagüeste y Saiz aparecieron pertrechados de un buen arsenal de cachivaches, cajas metálicas plagadas de potenciómetros y mandos, gongs, pedales de efectos y piezas industriales colgadas de precarios andamiajes. Retrotecnología pesada y mensurable, vanguardia clásica, electrónica de la de antes. No obstante, su concierto –como atestigua la grabación que ahora se presenta- no tuvo nada de recreación nostálgica, y sí mucho de vindicación contra la amnesia: del primer I.P.D. tan sólo conservaron cierta atmósfera, cierta intención, y algún recóndito sample. Plantados firmemente en el momento, abandonados al diálogo y la improvisación, ofrecieron una sesión de bruma sónica de cuya grabación se extraen los 40 minutos del disco que ahora escuchamos.

Como vitalista declaración de intenciones, los sonidos de un corazón y una voz abren la inaugural Nóstos, para luego embarcarnos en un maremágnum de texturas y serpentinas sintéticas apropiadamente titulado Margen de indefinición. Este sueño que nos inducen es sin duda uno de esos que se tienen en movimiento, quizá en la cabina de criogenización de una nave de ciencia ficción, de nuevo rumbo al mítico año 2000. Por el camino van apareciendo turbulencias rítmicas, quizá fruto de accidentes en el viaje que ameran la densidad del trance y nos hacen intuir un Despertar de saxos lejanos, guitarras planeadoras, ecos de Popol Vuh y Tangerine Dream. La recta final se inicia tensa, sumida en un conflicto interior Cerca de Algún Lugar. Tras una voz chamánica, la sesión desemboca en un largo remanso de pulidos y espaciosos ambientes pespuntados por saxo y guitarra, describiendo una trascendental Implosión, en la que acaba nuevamente acompañándonos el latido impenitente de un corazón.

Esta relectura de I.P.D. constituye una ágil pirueta contra la inercia del tiempo; un recordatorio de la íntima vinculación que la espiritualidad tuvo con la música electrónica desde sus inicios y que en pleno siglo XXI, en el escenario fáctico de tantas y tantas fantasías utópicas del pasado, parece haberse diluido. Bagüeste y Saiz cargan a sus hombros con la utopía tecnológica y espiritual del milenarismo, pero sin las formas desdibujadas y translúcidas de un fantasma, sino con la presencia apabullante de la promesa nunca cumplida, actualizada; rediviva.

Javier Aquilué

 

Inducing the Pleasure Dreams V2 de Justo Bagüeste & Suso Saiz puede adquirirse en la página web de Rotor Discos.

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