EN OCASIONES VEO MÁSCARAS

Voy a tardar en acostumbrarme a esto de la nueva normalidad.
No me gusta que le hayan puesto nombre a algo que en teoría no lo necesita, ¿o es que nos están vendiendo otra cosa? «Bienvenido a tu nueva vida, te estábamos esperando, pasa. Es lo mismo pero peor».

La primera vez me puse máscara fue para ir al supermercado y me sentí como un bandolero, dispuesto a asaltar la tienda nada más entrar. Vuelve Curro Jiménez y las navajas en el costado.
Por la calle, misma sensación, aunque con una vuelta, puedes evitar llevar la máscara, todavía no es obligatorio, aunque eso sí, mucha gente te va a mirar raro. Y ya no digamos si tocas a otra persona, entonces puede que cambien de acera. Pero, ¿qué coño ha pasado?

Unas horas más tarde, travesía en barco, llevaba dos meses sin pisar Lisboa y ahora, adivina, la máscara es obligatoria para entrar al transporte público. Un guarda de seguridad me paró en la entrada al ver que no la tenía puesta y me dieron ganas de decirle, “no, espera, here is Curro de nuevo” y sacarle mi navaja, pero no, saque la cosa esa de tela y el hombre se mostró más tranquilo.

Mi objetivo del fin de semana era comprarme unas gafas, las últimas que compré tienen más de once años, así que me lo merecía. Lo único es que elegí mala época. Claro, en la óptica tuve que entrar con mascara, y hacer todo con ella, tests incluidos, con un alto porcentaje de empañamiento.
Por suerte el óptico se mostró comprensivo y me dijo que podía bajar un poco la máscara, lo que hice fue quitarla del todo, no pasó nada, en Portugal casi nunca pasa nada, es lo bueno y lo malo del país.

Después tocaba ver a algunos amigos, un par de llamadas rápidas y enseguida estábamos en Plaza Figuiera para entrar en nuestro indiano de confianza. Compramos unas cervezas y nos sentamos en la plaza para ponernos al día de la paranoia y la situación. Todos mostramos interés por la máscaras de los otros. Dónde, cuándo, tacto y protección. La policía pasó y nos pidió separarnos dos metros unos de otros. Siguieron con la ronda y nosotros fuimos a comprar otra cerveza. Me sorprendió ver que mis amigos mantenían la distancia de seguridad a pesar de no estar la policía.

Después una tormenta. Los repartidores de Uber jodidos por partida doble. Aquí los restaurantes, hasta el día 18, funcionan como take away, así que imagina como está ese gremio, si ya estaban mal cómo deben estar ahora, precariedad e inseguridad laboral, combo perfecto. Y de premio la tormenta.

El resto de comercios… todo medio cerrado, con un miedo en el aire flotando, todo muy extraño.

Tras cinco o seis horas, no lo sé exactamente, volvimos, perdimos un barco y tuvimos que esperar una hora, porque los horarios no son los mismos. Ya sabes, la nueva normalidad. Respira, no pasa nada, todo es normal, nuevo normal.

Y no grites, no te quejes, no digas nada que pueda hacer dudar de ti, en esta nueva normalidad todos somos perfectos, todos estamos vigilando la seguridad de los demás.

Voy a tardar en acostumbrarme.

 

Antonio Romeo

Deja un comentario