En un sueño, estoy haciendo cola en una copistería de mi ciudad. Tras el mostrador el dependiente, las máquinas fotocopiadoras. Más allá, como si se hubiera derribado un tabique por el capricho de algún arquitecto admirador de Gordon Matta-Clark, se extiende una colosal y arruinada bodega medieval.
Al despertar, volveré al almacén de mi familia. Allí me espera otra jornada de limpieza general, apartando tableros que abarrotan paredes, esquinas tabicadas de cachivaches durante años. En el recuerdo, la escena de una película recién vista, en la que se descubría un busto en la visita a un angosto desván pirenaico.
Pienso en cada desván, trastero, almacén o guardamuebles en el que alguna vez se recluyeron objetos. Qué misterioso ese paso en que un objeto se ve desposeído de su uso, de su posición en espacio alguno. Quién sabe cuánto tiempo pasará hasta que se aparte un tablero y vean de nuevo la luz, parpadeando perplejos como la víctima de un secuestro el día de su liberación.
Javier Aquilué