LOBO ESTÉTICO

ENTRÉNSALÍDE

En las últimas semanas me he encontrado desempeñando distintos papeles en contextos bien diversos; me siento un poco como una bala atravesando vidrios en una de esas secuencias ralentizadas de tests de resistencia.

En primer lugar, como profesor interino he vivido un fin de curso precipitado, burocratizado hasta el paroxismo, y deformado por esa extraña costumbre funcionarial de depositar veladamente la queja en el prójimo como afirmación de la propia valía. A continuación, me embarqué junto a mis compañeros de grupo en un fin de semana de conciertos plagado de estímulos, de reencuentros y de experiencias altamente emotivas… aunque raquítico en cuanto a ingresos. Después, me enfundé el traje de artista plástico para inaugurar una exposición el pasado viernes; inauguración durante la cual se motivó un agrio exabrupto entre dos de los asistentes, al sentenciar uno de ellos: “el arte es dinero”. Bien, pues ME GUSTARÍA DECIR ALGO:

Es razonable esperar que alguien acepte ser remunerado por el trabajo que ofrece. Lo que convierte a la frasecita en algo grotesco es precisamente que se refiera al arte, uno de los contextos laborales más precarios e insostenibles de todo nuestro organigrama social. La inmensa mayoría de los artistas visuales –y productores culturales  en general- que conozco desempeñan trabajos indirectamente relacionados con su formación e intereses: regidores o rotulistas en televisiones, empleados en imprentas digitales, diseñadores gráficos freelance…. Algunos, entre los que me cuento, tratamos de erosionarnos lo menos posible en la enseñanza, un clavo cada vez más ardiente. Y aquí hablo de quien efectivamente tiene una ocupación remunerada, que no son los más. La de artista visual no es una ocupación profesional para casi nadie, la mayoría de quienes intentan o intentaron desempeñarla se encuentran efectivamente en esos puestos inciertos y mal pagados en los sótanos de la industria audiovisual y del ocio, produciendo los signos culturales que son el combustible de la máquina mediática, proveyendo de imaginario como carboneros. Esta cultura de la opulencia simbólica se basa en el trabajo inadvertido de muchísimos productores culturales en condiciones laborales insatisfactorias o directamente inexistentes. Mientras tanto, una buena parte de la población se escandaliza ante el precio exorbitado que alcanza un cuadro en una subasta o  ante el coste de unos escombros en una bienal, y las instituciones compran la obra, inocua y sofisticadamente decorativa, de jóvenes brokers del arte para embellecer las estancias de sus fundaciones.

También está el factor ético ¿eh? Muchos eluden las concesiones estéticas e ideológicas que les supondría el lanzarse al ejercicio profesional del arte; es el viejo orgullo del bohemio decimonónico, aquel por el que comenzaron a identificarse las actividades artísticas con la asunción de ciertos compromisos éticos y cierto modo de vida resistente.  Aunque no precisamente deseada, la precariedad ha venido siendo una constante en el modo de vida del artista por más de un siglo, y al menos fruto de una toma de partido autoconsciente a favor de la autonomía, la integridad y la calidad de vida y en detrimento del servilismo al rédito económico. Así hemos todos aprendido a considerar al artista como una excepción en el organigrama. Ahora bien: cuando todos los estadios del mundo laboral están siendo precarizados, cuando se nos deja a nuestro albur en un contexto laboral cada vez más incierto y con menos garantías, y se nos vende además como el colmo del empoderamiento de la propia fuerza de trabajo, deberíamos prestar nuestra atención a los artistas; me refiero a los artistas a pie de calle, a los precarios con ética y estética. Mediante su ejemplo podríamos ventilar de mezquindad otras zonas del universo de las relaciones laborales e insuflarlas de entusiasmo y sentido, auténtico quid de la producción cultural. Implementemos ese modelo y en la medida de lo posible, desactivemos todo intento de éxito de arribistas artísticos que no le han visto las orejas al lobo estético.

Para Marta, feliz cumpleaños

Javier Aquilué

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