VÍCTOR HERRERO

23 de abril. 13:15H. La replaceta, Calle Desengaño 38.

¿Sería mucho decir que Víctor Herrero me recuerda a los más grandes? La evidencia me obliga a afirmar que algo así sería decir poco. O no decirlo todo. En Caballo te hace pensar en Bert Jansch y Nick Drake; en Avellaneda sientes el sabio aliento de Leonard Cohen caminando entre álamos y cipreses; en Constantina te asalta entre acordes y trasteos el recuerdo del gran Andrés Segovia; y en Columbina sobrevuela alado el mismísimo Amancio Prada. Pero Víctor tiene su propia voz. Esa que encandiló al Padre Laurentino. Esa que al fin, después de tantos coros y escolanías, nos ofrece con valentía. Otro Víctor destacable, de apellido Jara, dijo en su Manifiesto: “canto que ha sido valiente siempre será canción nueva”. Herrero, sí, ha crecido. Sus canciones son nuevas por valientes, por inteligentes, por preciosas y por inéditas en su íntima variedad de ritmos, melodías y recursos. Y por su poesía, esa que brota cristalina desde las enigmáticas simas del corazón. En realidad, no se me ocurre un paralelismo nacional que sirva para guiarles verdaderamente en su decisión. La de sentirse más plenos y felices tras la escucha de  Estampida (Foehn Records, 2013). Un trabajo que apuesta con paradójico, sereno ímpetu por las estampas radiantes, el frescor de la aurora, la excelencia del alma, la alegría de vivir.
Parafraseando a San Juan de la Cruz: “Pastores, los que fuerdes allá, por las majadas al otero, si por ventura vierdes aquél que yo más quiero, decidle que adolezco, peno y muero”. No, hay que vivir todo lo que se pueda. Y si es con lúcida estampida, mucho mejor.

José Manuel Caturla.

 

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