
Uno de los miradores de Lisboa
Acabo de poner mi tercera lavadora en Lisboa. Lo siguiente, tal y como me aconsejaron casi desde el primer día, será ir a una lavandería que tengo a menos de veinte de metros de casa para secar la ropa. La gran cantidad de humedad de la ciudad no es compatible con la ropa recién lavada.
Voy a aprovechar estos minutos de espera para resumir lo más destacado de la semana.
Sigo sin tener equipo de fútbol favorito, aunque estoy teniendo cierta querencia por el Sporting de Lisboa, mi intención es ir a ver un partido para terminar de convencerme.
He releído el texto que os escribí la semana pasada y me he fijado que no menciono el tema principal por el cual estoy en Lisboa.
Me salió un trabajo bastante interesante y yo acepté. ¿Cómo lo podría describir? Es dentro de la rama informática y bueno, digamos que hay ciertas cláusulas dentro del contrato que no me permiten explayarme todo lo que quisiera, pero os voy a describir el edificio donde trabajo.
Tiene seis plantas, en realidad son siete pero están reformando la azotea. Hay un gimnasio, cafetería, comedor con tropecientos microondas, salas de descanso… Y bueno, dentro de la curiosidad, compartimos bloque con AirBnb, GoPro y AVG, entre otros. Eso propicia una mezcla de culturas, pesos y colores muy divertida. A la hora de comer puedes escuchar conversaciones en prácticamente cualquier idioma.
También se forman bandos y teorías de todo tipo. Yo formo grupeta con los españoles, aunque intento abrir los oídos a cualquier lenguaje, en especial al portugués, como es lógico, tengo que acelerar los plazos para integrarme.
Ya os conté el caos que monté en la Cinemateca, ¿no? Pues bueno, se queda en nada al compararlo con entrar a una óptica para comprar lentillas, que te hagan pruebas y te las lleguen a vender. Incomprensiblemente mantengo la calma en estas situaciones y me acuerdo de algún que otro amigo que habría perdido la cordura con esas pruebas y preguntas. En el fondo tengo la sensación de que ellos deben formarse una imagen mía basada en la desorientación.
Un ejemplo: En uno de los bares que uso como campamento base escuché la frase “He is lost” y enseguida el camarero respondió “No, he is my friend”.

Las afueras de la ciudad
Los portugueses hablan inglés bastante bien. Todas las películas que emiten en la tele son en versión original con subtítulos y también nombran a las bandas de música en su idioma (iuchu / U2).
Pero no todo es oro en el paraíso, os debería hablar de la burocracia. O más bien de la calma con la que se toman todo. Puedes estar en una cafetería, a las siete de la mañana, sin clientes, y que la dueña te atienda a los diez minutos. No hay un motivo concreto, viven a otro nivel de revoluciones y es algo a lo que me estoy acostumbrando.
Porque para tomarse un café puede llegar a estar bien, pero para papeleos con la administración no tanto. Primero, no indican de forma clara los edificios oficiales, segundo, ni los propios habitantes saben donde están esos lugares y tercero, una vez localizada la oficina (tras una odisea de casi dos horas), te toca una funcionaria que necesita hacer su pausa para el café.
Aunque tras superar los escollos ya puedo decir que soy ciudadano residente portugués, y que casi he superado todas los escollos burocráticos (aún me quedan un par de gestiones pero creo que son sencillas). Eso me permite relajarme y observar la ciudad con otros ojos.

Este escaparate me lo encontré mientras buscaba la oficina del registro ciudadano
Uno de los sitios donde mejor me lo paso es en el supermercado. Tengo que mirar cada producto dos y tres veces para descifrar lo que tengo entre las manos.
Una de las veces que estaba mirando la etiqueta de un producto tenía a una reponedora del supermercado a mí lado, esperando pacientemente a que yo desencriptase la información de la lata. Cuando me di cuenta la pedí perdón y ella reaccionó del mismo modo, me pidió perdón. Se pasan un poco con tanta educación, pero he de decir que lo agradezco.

Los aviones a baja altura son otra de las novedades en mi día a día
Otro descubrimiento que hice esta semana, el botellón está ultra extendido y la gente fuma dentro de los bares. Había olvidado el olor de la ropa al salir un día de marcha, menuda peste. ¡Cómo no voy a poner una lavadora! Que por cierto, acaba de terminar, me bajo a la lavandería, os sigo contando la semana que viene.
Después intentaré ir a un mercadillo y el resto del día lo utilizaré para descansar.
¡Un abrazo!
Antonio Romeo