Esteban llegó a pensar que le había explotado una vena de su cerebro. No entendía nada, había estado el día anterior en el supermercado y todo parecía normal. Ahora, 24 horas después, en el mismo sitio, había una mesa cuatro por quince llena de turrones y una megafonía en la que no paraban de sonar villancicos.
Miró la fecha en el teléfono, era parte del miedo a la embolia, y ponía 15 de Septiembre de 2016.
Se acercó a una de las chicas que reponen las estanterías y le preguntó por aquel adelanto festivo, ella, sin mirarle a los ojos, y con un tono que sonaba a cursillo de adoctrinamiento express le dijo que la gente tiene miedo a los silencios, por eso la cadena había decidido cubrir el vacío del verano con la solidaridad de la Navidad.
Regresó enfurecido a casa, no paraba de canturrear una de las canciones de la megafonía y no sabía cómo evitarlo. Llamó a un amigo para contarle lo que le había pasado, su respuesta le hizo volver a mirar la fecha, ‘Esteban, es normal, recuerda que el año pasado ya hicieron algo parecido, siempre puedes ir a otro supermercado, feliz navidad’, un par de segundos de risas y llamada colgada.
Maldijo a su amigo y buscó en la agenda algún contacto con el que pudiese opinar, y sobre todo, insultar, la decisión de su supermercado, le costó un par de minutos analizar y hacer un pequeño estudio de mercado de sus conocidos.
Al final llamó a Alberto, seguro que Alberto opinaba igual que él, le pilló el teléfono y entre una maraña de ruido apenas pudieron entenderse, quedaron para el final de la tarde en un bar del centro.
Hizo tiempo poniendo una lavadora y se dio cuenta que la maldita canción seguía en su cabeza. Salió de casa y ahí permanecía, ‘veinticinco de diciembre…’… como forma de defensa decidió acelerar el ritmo.
Llegó el primero al bar, se pidió una cerveza y miró el teléfono, seguía poniendo 15 de septiembre de 2016, su amigo Alberto no le había enviado ningún wasap avisando de que fuese a llegar tarde. La primera cerveza le duró poco, levantó el brazo a la camarera, cuando llevaba la segunda por la mitad llegó su amigo.
Hablaron de todo menos del adelanto navideño.
Esteban se enteró que se acababa de comprar una casa y apenas lograba llegar a fin de mes. A pesar de todo, su amigo parecía sonriente, así que decidieron pedir otra ronda de cervezas. Fue ahí, entre el segundo y tercer trago de la tercera cerveza, cuando Esteban sintió un retorcijón XXL.
Los acontecimientos se precipitaron, Alberto echó mano de su teléfono, su mujer le había escrito para que fuese de forma urgente al supermercado a comprar pañales. La mujer tenía un volumen de voz tan alto que Esteban logró escuchar con claridad casi toda la conversación, y le recordó, hablando de supermercado, el tema que quería tratar desde el principio.
Pero no hubo forma. Llegó el segundo retorcijón, el tercero, y entre medias su amigo le dijo que tenía que marcharse ya, se le había olvidado pasar por el super.
Del super te quería hablar pensó Esteban, pero no logró decir más que un ‘Yo tengo que ir al baño, cuídate’.
Cruzó la barra como quien avanza por una trinchera, apartando a los clientes que se ponían en su camino. Por un momento creyó que le iba a resultar imposible llegar al baño, pero finalmente logró completar la misión.
Se sentó en la taza y soltó una cantidad de líquido + otros elementos que le dejó francamente sorprendido. Tras dos minutos de maniobra y con el sudor cayendo por su frente echó un vistazo en busca de papel para limpiarse. Horror, no se lo podía creer.
Pensó en limpiarse con la mano y luego lavarse de forma exhaustiva, pero mientras fabricaba ese pensamiento le entró una arcada.
Volvió a cantar la canción de la megafonía y por un instante deseo teletransportarse a esa época de puro amor y solidaridad que es la Navidad; en lugar de eso comenzó a gritar y golpear con todas sus fuerzas la taza, la puerta y el lavabo del baño.
A los quince minutos el dueño del bar decidió llamar a la policía.
Antonio Romeo