Creo que nunca he hablado de Oriol en En vez de nada. Debería buscarlo, no cuesta nada, pero lo cierto es que no me apetece. Se me dan mal las despedidas.
Oriol fue (y sigue siendo) un compañero de conciertos, un amigo, pero por encima de todo, un alma libre. Con él he disfrutado de multitud de eventos oscenses, desde un concierto de Kiev Cuando Nieva, alguna edición de Periferias o la eliminatoria de Copa del Rey de hace un par de años entre Huesca y Barça. En todos ellos derrochó energía, entusiasmo y para qué negarlo, algo de psicodelia.
Yo estaba tan sorprendido con el personaje que le pedí permiso para introducirlo en alguna crónica y me dijo que hiciese “lo que me saliese de las narices”.
Así que utilicé su actitud como materia troncal de buena parte de las crónicas. Total, él iba y venía entre Huesca y Barcelona y como ya me confesó alguna vez, no tenía tiempo de leer mis tonterías.
Siempre aparecía en el momento más desafortunado, bien relleno de alcohol y drogas y procedía a desarrollarse. Un ejemplo de ello fue la pasada noche del miércoles, cuando estando yo ya dormido y bien profundo, se dedicó a llamar al timbre de una forma tan mantenida que parecía iba a quemarlo.
Abrí sin preguntar, seguro de que sería él, y a los pocos segundos ahí estaba, ese tipo entre delgado y gordo con una sonrisa constante. Esta vez, como elemento desconcertante, llevaba una quijada de toro entre sus manos.
Tan acostumbrado estoy a sus estridencias que ni me interesó ese elemento, Oriol, con cierta perplejidad me dijo que si hubiese sabido que molestaba no habría venido.
Conté hasta cinco, después hasta quince y luego le pregunté “¿qué quieres, Oriol?”.
Su respuesta, carente de palabras, fue entregarme la quijada de toro. En el instante que mis manos agarraron semejante bloque, sus ojos se tornaron vidriosos y me dijo que se iba del país.
Como aún estaba un poco dormido apenas reaccioné y él continuó argumentando, “es un verano mágico tú, hay, al loro, Eurocopa, Copa América, Juegos Olímpicos y Año Jacobeo, bueno, año Jacobeo igual no, pero qué más da, quiero vivir, Toño, vivir, España se me queda pequeña, nen”.
(En ese momento agarró la quijada y mi nuca con ambas manos y de la misma manera)
“Igual no vuelvo, o sí, ya veré”.
Eran las cuatro de la mañana. “Toño, tienes tequila?”. Oriol quería despedirse por todo lo alto.
“Da igual, ya he traído yo, y chupitos”.
Fue directo a la cocina, yo iba procesando el pensamiento ‘mañana madrugo’, mientras, mi compañero de conciertos ya se había apretado un par de tapones.
Me acercó uno y lo tomé por una mezcla de miedo y tristeza.
Luego me soltó un monólogo en el que hablaba de un golpe de Estado el 26J, entre bostezos, aproveché para decirle, ahora sí, que yo madrugaba. Le pedí por favor que cerrase el portal y ahí lo dejé, terminando la botella de José Cuervo él solo.
Al día siguiente, me levanté para ir al trabajo y de camino al baño tuve que esquivar siete charcos de vómito. No me asusté, Oriol me tiene acostumbrado a estos momentos.
Preparé el café, me senté y en la mesa, un poco apartada, había una nota que me costó descifrar. Creo que ponía algo así, “Te estimu, eres molt grande, i will back”, y debajo de esas palabras, también manuscrito, un enlace a youtube que ahora incrusto.
En fin, ese ha sido hasta la fecha Oriol, conociéndole supongo que regresará, pero quién sabe cuando.
¡Muchas gracias por todo, Oriol, fue un placer!
Antonio Romeo