1) Pensaba, como hago muchas veces, escribir un pequeño texto para En vez de nada, pero esta semana me he reconciliado con Spotify, el programa de música online, y claro, me he enredado a buscar canciones; al final me ha resultado inevitable hacer una lista de reproducción, se puede utilizar como banda sonora del texto que sigue a continuación y también se puede pasar olímpicamente de ella, es una de las dos formas de comenzar la semana.
2) El texto
Están llegando muchas cartas a casa. Casi ninguna es para mí. Creo que los antiguos inquilinos del bloque no han actualizado sus datos de residencia, aunque tampoco parece que les importe mucho.
Me resulta curioso regresar del trabajo y encontrar un taco de sobres a nombres que parecen sacados de alguna realidad paralela. Lo cierto es que no he visto la cara de ninguna de esas personas y me parece bastante difícil que eso vaya a suceder.
Reviso las cartas y trato de imaginar a una persona que responda al nombre de Amina caminando por el pasillo de mi casa pero no lo llego a conseguir.
Oliver Aleixandre y sus notificaciones urgentes, lo visualizo como un escritor de bestsellers de autoayuda. “Hola, soy Oliver y hoy vas a ser feliz”. Y quién sabe, quizá Quinxing Zhang haya pertenecido a los Yakuza o algo parecido y deba revisar a fondo todos los trasteros.
El señor Filipini tiene pinta de estar dando la vuelta al mundo. Y el señor Herraiz tal vez sea un hombre conservador con aspiraciones políticas. Bounouada me da el aspecto de ser una dealer en medio de alguna trama con conexiones africanas. Y D. Juarez bien podría pasar por un inmigrante latinoamericano que se intenta ganar la vida de mecánico en algún taller a las afueras de la ciudad.
Reconozco que esto de los sobres me entretiene un rato y que he estado tentado varias veces de abrir alguno, pero hasta el momento he sabido respetar la privacidad de estas personas.
Todos han debido pisar mi casa.
Entre tantas cartas se cuela alguna a mi nombre y me llega a hacer dudar.
Cualquier palabra que repitas de forma continua deja de tener sentido al cabo de pocos minutos.
Y sin embargo, no sé cuántos años llevo viendo mi nombre escrito. Será el sinsentido de la rutina.
Tal vez, si ahora comienzo a usar otro nombre dentro de diez años lo tenga integrado como mi verdadera identidad y llegue a mirar el actual de forma extraña; viendo cartas y escritos de ese tal Antonio Romeo, pensando a qué se podría dedicar.