Resulta que yo había ganado el premio y me estaban llamando para comunicarlo.
Eran las tres de la mañana y en ese instante dudé de todo, en especial, de mí.
No recordaba cómo ni porqué había decidido participar.
¿Quién llama a esas horas para entregar un premio?
─ Buenas noches señor Sánchez, le llamo de la tele para comunicarle que acaba de ganar el concurso EVITA A UN FAMOSO.
En ese momento mis dudas se triplicaron, yo no tengo tele.
Traté de recordar qué había cenado y en qué condiciones se encontraba, pensando que la digestión de los alimentos podría explicar la escena.
Estaba tumbado en el sofá. Debí despistarme mientras leía. Mis tripas soltaron un rugido que descartó la teoría de la cena corrupta.
─ Señor Sánchez, queremos comunicarle nuestra más sincera enhorabuena y ahora, si es usted tan amable, díganos, a qué famoso desea evitar a lo largo de toda su vida.
Logré incorporarme y empecé a dar vueltas por la casa.
¿El qué? ¿Evitar a un famoso? ¿Pero qué mierda me pasa en la cabeza?
Un voz formada por decenas de personas comenzó una cuenta atrás.
─ ¿Señor Sánchez?
─ Sí, sí, un segundo.
Di un rápido repaso a mis recuerdos televisivos y casi sin pensar elegí a ese presentador bajito del prime time, el que sale con dos peluches y tiene pinta de sufrir vigorexia.
─ Gracias Señor Sánchez, mañana por la mañana un miembro de la redacción del programa se pondrá en contacto con usted para continuar con las gestiones, un saludo y buenas noches.
A partir de ahí silencio y el problema de volver a conciliar el sueño.
No entendía nada.
A la mañana siguiente, casi al terminar el desayuno, recibí una llamada.
La voz era bastante más aguda que la de la madrugada y se limitó a explicarme que el presentador bajito de la tele me había puesto una demanda por daños y perjuicios.
También insistió en que no me preocupase por nada, que el programa se encargaba de todo.
Dios bendiga a la televisión.
Creo que en esa conversación ya incluyó el término “pulseras de seguimiento”, pero no te lo puedo confirmar, llevo una temporada muy ajetreada y mis recuerdos se entremezclan.
El caso, como habrás intuido, es que llevo una pulsera de seguimiento.
Una yo y otra el presentador del prime time.
Cuando estamos a menos de trescientos metros uno del otro, pitan.
De momento aún no han pitado.
Además, tengo que acudir todas las semanas a la tele a mostrar mis impresiones e insultar al presentador. Los directivos quieren que me vuelva a denunciar, aseguran que eso da audiencia.
Al parecer acepté el premio sin ser muy consciente del concepto “toda la vida” y todas las cláusulas que contenía.
He tenido que dejar mi trabajo.
Todo el mundo me pregunta por ese puto presentador.
Y siempre me consuelan con un: podría haber sido peor, podrías ser tú el vigoréxico.