UN SIMPLE GIRO DEL DESTINO

Bob Dylan volvió a sentar cátedra en su actuación en Zaragoza.

Bob Dylan Zaragoza 2015Cada frase o cada título de canción de Bob Dylan resume su trayectoria y, de paso, nuestras vidas. “Simple twist of fate”, por ejemplo, da título a esta crónica y rubrica la importancia del azar en la vida cotidiana: un simple giro del destino. Efectivamente, un simple giro del destino nos puede cambiar la vida para siempre. Y esos simples giros del destino han guiado la trayectoria zigzagueante y llena de circunvoluciones del propio Dylan. En “Blowin´ in the wind” dice aquello de que la respuesta está en el viento. Una verdad palmaria expresada de forma poética. Y “Beyond here lies nothing” (más allá de aquí no hay nada) podría muy bien ejemplificar la situación actual de Europa, pero también podría dar a entender la talla de gigante de Dylan, significando que más allá de su corpus musical no hay prácticamente nada. Porque su talla de gigante es, además de irrebatible, sencillamente inalcanzable. Éstas que he citado son tres de las canciones que el genio de Minesota interpretó en su concierto del domingo en Zaragoza. Un concierto imprevisible precisamente por lo que tuvo de previsible: rara vez se ha visto a Dylan ofrecer el mismo concierto de un lugar a otro. Y en esta ocasión calcó exactamente el mismo repertorio en Zaragoza que el que había ofrecido el día de antes en Barcelona. Y en el mismo exacto orden. Algo insólito.

Antes de su actuación, le precedió en el escenario del Pabellón Príncipe Felipe el grupo sevillano Pájaro, liderado por Andrés Herrera, que ofreció un concierto bastante digno, en conexión directa con el legado del mítico Silvio, despidiéndose con una brillante revisión de “La danza del fuego” de Manuel de Falla filtrada por el Ennio Morricone de los spaghetti westerns. Cumplió bien con su papel de telonero de alguien que se sitúa prácticamente más allá del bien y del mal. Alguien que es la contradicción en persona: tan religioso como profano, tan escurridizo y misterioso como omnipresente. Alguien que se permite, siendo como es dueño de una de las voces menos agraciadas (y más personales y reconocibles y carismáticas) que se recuerdan, afrontar el reto de cantar las canciones que interpretaba y bordaba La Voz, que es como se conoce a Frank Sinatra, cuyo repertorio canta Bob Dylan en su último disco “Shadows in the night”. Alguien que, en definitiva, se permite otro lujo como es el de ofrecer un repertorio de más de dos horas en el que tan solo hay dos o tres canciones reconocibles por el gran público… a pesar de que es poseedor de un corpus musical formado por decenas de canciones inmortales. En fin… podríamos estar así durante páginas y páginas. Dylan es inabarcable.

En el marco de su Never Ending Tour (Gira Interminable), que comenzó hace ya muchos años, y apoyado en una banda formidable, en estado de gracia perpetuo, liderada por su fiel bajista de hace años Tony Garnier (estuvo ya con él en su mítico concierto de la plaza de Toros de Huesca en 1993), y con músicos que valían cada uno de ellos su peso en oro (a destacar la formidable labor del encargado de la steel guitar, que también se lució con el violín y el banjo), Robert Zimmerman salió al escenario en medio de una iluminación tenue y tenebrosa, que se mantuvo a lo largo de casi todo el concierto. Comenzó con “Things have changed”, y a partir de allí se concentró en tocar material de sus últimos discos: “Love and theft” (2001), “Modern Times” (2006), “Together Through Life” (2009) y sobre todo, “Tempest” (2012), su último trabajo con material propio nuevo. Una de las pocas excepciones fue “She belongs to me”, del clásico “Bringing it all back home”, que, armónica en ristre, fue la segunda canción de la noche. Y pocas concesiones más hubo a la galería, porque a partir de allí fueron cayendo temas poco conocidos por el público, como “Beyond here lies nothing” (con su tumbao latino a lo “Black Magic Woman” de Santana), “Workingman´s Blues #2”, el honky tonk woogie tabernario de “Duquesne whistle” (sentado al piano, algo que repetiría en varias ocasiones), el delicioso vals “Waiting for you”, “Pay in blood” o, por fin, uno de los primeros temas que fueron reconocidos por el grueso de la gente, el genial “Tangled up in blue”, sin duda uno de sus grandes (e innumerables) hitos. Finalizó la primera parte con “Full moon and empty arms”, una de las canciones del repertorio de Sinatra (y de Sarah Vaughan) que ha incluido en su último álbum, “Shadows in the night”, y que sonó de forma sublime, a la manera del country atmosférico de Lambchop.

Tras un descanso de veinte minutos, reemprendió su viaje a la gloria con el rock sureño de “High water (for Charley Patton)”, dedicado al legendario padre del Delta blues. Después, llegó otro de los grandes momentos de la noche: la interpretación de su célebre “Simple twist of fate” (del álbum “Blood on the tracks”, como “Tangled up in blue”) en clave country, con filigranas de steel guitar. Siguió con “Early Roman Gods” (casi un remedo del blues “Hoochie Coochie Man” de Muddy Waters), la sutil, deliciosa y hermosísima balada “Forgetful heart”, con un precioso dueto de violín y armónica, el aroma clásico americano del swing de “Spirit on the water”, “Scarlet Town” (una de sus típicas letanías monocordes), otros dos temas del disco “Tempest” (“Soon after midnight” y “Long and wasted years”) y, para terminar, una soberbia interpretación del standard “Autumn leaves” que popularizaron Sinatra e Yves Montand, y que mostró a Dylan como un crooner tan imperfecto como magistral, con todo el público de la pista arremolinado en torno al mito.

La despedida llegó en forma de bis, con un enorme “Blowin´ in the wind” en clave de gospel (no en vano, esta canción se ha cantado siempre en misa) y un rockero “Love sick” (onda JJ Cale), de su disco “Time out of mind”, cosecha del 97, una de las pocas concesiones a su material del siglo XX. Recuerdo que mi crónica de su actuación en Huesca en 1993 la titulé, dado su carácter siempre huraño, “Desde la torre de marfil”. Pero el Dylan de 2015 se deja querer y finalizó, esbozando incluso una tímida sonrisa, con su cara bien iluminada y rodeado de sus excelentes músicos, a los que, por supuesto, no se dignó en presentar. Ya daba igual. El mito había vuelto a mostrar su inalcanzable talla. ¡Que le den ya de una vez el Nobel de Literatura!

LUIS LLES

NOTA DE EN VEZ DE NADA: Es para nosotros todo un honor que Luis Lles nos haya brindado esta crónica. Como él mismo siempre se encarga de señalar con cierta sorna, casi todo sucede antes en Huesca que en Zaragoza. Así que hemos decidido recuperar de la hemeroteca del Diario del AltoAragón un incunable, la crónica que Lles también firmó en aquel verano de 1993.  Un concierto histórico, un acontecimiento del S. XX para la ciudad de Huesca.  Mil gracias Luis por estar siempre allí.

bob 1993

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