Al parecer este fin de semana ha habido oposiciones de Geografía e Historia. Un compañero enseñaba en la sala de profesores esta tarde un ejemplar del examen al que había tenido que enfrentarse. En la hoja dedicada a la pregunta de Historia del Arte, en una impresión deficiente y satinada como de caja de galletas, se me ha aparecido una foto del Gran Vidrio de Marcel Duchamp.
En el receso de una larga tarde de evaluaciones, ha sido como inspirar una bocanada de aire, de esas mediante las que uno descubre retroactivamente que estaba infrautilizando zonas en sus pulmones que de repente se vuelven a percibir. He rememorado su fascinante definición de “retraso en vidrio”, el polvo depositado, las grietas en el cristal, el dinámico trance patafísico de vectores, fluidos y fuerzas que da a ver y que la mirada atraviesa… Mi compañero explicaba lacónicamente la obra a los demás, con la terminología de quien no ha tenido tiempo o humor de “aproximarse” al tema salvo por la vía hollada del dato –“aproximado”. Qué caprichosas me han parecido entonces mis derivas mentales, imposibles de constreñir a una explicación sucinta y funcional.
Volviendo en coche a mi ciudad, el verano era ya más que patente, y he empezado a anticipar esa sensación vacacional, de vuelta a aquella actividad mental lateral que es tan placentera cuando se la recuerda, o cuando se la ve venir. Una sensación imprecisa que enlaza quien se fue con lo que se espera ser, la máquina blanda bullendo, significándose. He cedido, qué duda cabe, a una agradable mezcla de autocomplacencia y autocompasión. “El soltero muele su propio café”, escribió Duchamp en una nota preparatoria del Gran Vidrio.
El Viernes que viene inauguro una pequeña exposición de pinturas en Remolinos (Zaragoza), en el espacio enLATAmus (http://enlatamus.wordpress.com/). Estaré encantado de que os paséis. Mi trabajo no suele ser muy auto-nada, y me encanta pensar que tiene algo de “retraso”, INCLUSO.
Javier Aquilué