EL MONSTRUO DE AFFLELOU

Se cuentan por cientos los niños oscenses que aseguran haberlo visto. Siempre a la hora de la siesta, siempre en las inmediaciones del McDonald’s. Siempre impertinente. Siempre alegre y con ganas de molestar. Es el Monstruo de Afflelou, una suerte de Don Pimpón anfetamínico y con síndrome de Marfan.

Esta criatura aparece en las mejores pesadillas de los infantes con sobrepeso que sueñan con celebrar su primera comunión en el McDonald’s. Es el tema preferido de los padres hipercalóricos en las puertas de las escuelas, el Monstruo de Afflelou, ese tipo que no deja dormir a sus rechonchos pequeñuelos.

Los valientes psicólogos de los centros educativos han puesto en común sus apuntes sobre tan misteriosa figura que atormenta los cerebritos de tantos querubines altoaragoneses.

El veredicto de los loqueros es jodidamente perturbador. Todos los niños coinciden en que antes de visualizar la figura de nuestro insolente amigo, pueden escuchar un tintineo lejano que poco a poco se va haciendo más sonoro. Se está acercando, ya no hay escapatoria. En ese momento ya saben que el monstruo de Afflelou va a venir otra vez, a molestarles, a putearles, le encanta putear, disfruta puteando a los niños, le divierte, se descojona, se mea de la risa.

Cuando el monstruo de Afflelou aparece a lo lejos, los gorditos y gorditas lo ven; corre a toda velocidad haciendo gestos con los brazos y manos como si se estuviera quitando las legañas, directo hacia ellos. Lleva siempre un gorro de marinero y un sucio bigote alquitranado que se mezcla con sus relucientes dientes .

Y de repente, ¡Zas! Lo tienen delante de sus rollizos mofletes dispuesto a hacerles llorar y visitar el infierno una vez más.

Porque el monstruo de Afflelou no tiene ojos. Tiene profundas cuencas de fría cerámica, similares a los tazones anchos de leche donde los niños empapan sus bollycaos y tigretones para desayunar.

Y porque el monstruo de Afflelou va armado con dos cucharillas de café, con las que golpea enloquecidamente las paredes de sus ojotazas, clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-clin-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN-CLIN!!!

Y porque mientras hace esto se carcajea como un demonio, es un círculo vicioso, cuanto más pánico percibe, más necesidad siente de darle duro al tintineo y más risa le entra. Y no para, y no para, y no para, y se mea encima, y el niño llora, y él dale que dale, y el pobre niño vomita, y al monstruo de Afflelou le duele el diafragma de la risa, pero no para y siguey sigue y sigue, y el niño llama a su mamá pero no tiene voz, y Afflelou se revuelca por el suelo convulsionado de la risa y dándole al clin-clin.

Ronald McDonald.

Texto de Eugenio Ramo
Ilustración de Carlos Aquilué

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