No, no, fue sencillo, demasiado sencillo, quizá ese fue el problema. Imagínatelo, estaba pasando una de las peores crisis de mi vida, a todos los niveles, y entonces tío, bum, aparecen esos tipos y me ofrecen la posibilidad de aprender cualquier cosa, cualquiera. Sí, los tipos no auguraban nada bueno, ya lo sé, pero déjame contarte la historia, además, tío, ten en cuenta que en esa época estaba demasiado desesperado.
Un chute, un conocimiento. Así me lo ofrecieron. Quién se iba a negar. Elegí dos: inglés y economía.
No pagué, te lo juro. Te juro eso y que aún recuerdo la sonrisa que puse al ver la jeringuilla acercarse a mi brazo. Me vi ganando el nobel, amasando fortuna.
El tipo que me inició, vestido con traje negro y gafas de sol, no paraba de hablarme de ordenadores cuánticos, de electricidad y pulsiones cerebrales, me estaba explicando el sistema, pero no le hice ni puto caso, simplemente seguí sonriendo.
Después me debí desmayar, no recuerdo nada. Lo siguiente que tengo en la memoria es aparecer en un cuarto pequeño, muy pequeño. Estaba encerrado, me estaban testando. Apuntaban mis reacciones, pero de eso me enteré mas tarde.
Esta parte de la historia la recuerdo con luces laterales y gente gritando “taigeto” en mi cabeza.
Imagínatelo. Estaba visualizando otras cosas, cosas nuevas, por culpa del chute. Confundí mi mapa mental con la realidad y me costó avanzar. Era un recién llegado a una resaca eterna. En la habitación una cama, una silla y dos altavoces colgados del techo.
“Are you ok?” “We need you.”
Escuché eso por los altavoces y claro, dudé si debía contestar o no, dudé poco, medio segundo, el tiempo que tardaron en poner música a todo volumen.
Las paredes temblaban. Y en ese temblor me percaté que se ablandaban y tomaban curva. Sí, me estaba mareando, pero en ese momento la sensación me parecía maravillosa. Me lo pareció hasta que empecé a vomitar. Del chorro de mi boca salió un patrón nuevo de colores, una ráfaga formada por varios de ellos atravesó la pared y me ayudó a situarme en la realidad. Seguía aterrizando.
Lo siguiente fue despertar, ahora sí, tumbado en una camilla, con un dolor de cabeza increíble. Observé el panorama y tío, estaba en una nave industrial llena de gente tumbada en camillas. Joder, empecé a temblar como nunca, pensé que estaba muerto, te lo juro.
Claro, claro, logré salir de allí, ¿no me ves? pero bueno, eso ya te lo contaré otro día, ¿no crees?
Están siendo demasiadas emociones para un lunes.
Antonio Romeo