Aseguraste que nos habían envenenado. En uno de los bares del recorrido, alguien quiso divertirse a nuestra costa. Estabas muy serio. Preocupado. No sabías quién podía ser el autor. Se generó un nuevo silencio.
No parabas de mirarte las manos. «Avísame si ves manchas por mi cara, aunque sean pequeñas».
Yo no sentía nada especial en mi cerebro. Ese fue el problema. Ante tanta normalidad me asusté. Asumí que yo también estaba envenenado. Hasta las trancas.
Entonces elaboramos el plan de retorno.
Teníamos que averiguar el origen del mal. El daño irreparable. Y ajustar cuentas. Decirle que nos habíamos dado cuenta de la broma.
«Lo sabemos».
Pensábamos que tal vez así nos libraríamos de esta extraña sensación.
Hicimos una lista con todos los lugares que habíamos recorrido durante el fin de semana.
«Salen doscientos diez».
«No puede ser».
No recordábamos haber estado en tantos sitios. Y tampoco lo comprendíamos.
Era parte del envenenamiento. Se extendía. Se sigue extendiendo.
Localizar el vórtice de maldad iba a convertirse en una ardua tarea. En cada lugar, mirada ciento ochenta. Un janfri bogart. Atentos a cualquier detalle. Una especie de burbuja. Un tester de maldad. Cada cata se convertía en un nuevo motivo para creer.
«Creo que ha sido aquí».
En algún momento reculaste, insinuaste nuestro posible error. ¿Y si el envenenamiento no era tal? ¿Y si en lugar del daño irreparable, íbamos en busca del bien?
Incluso de la verdad. Del santo grial. Una cruzada en busca del amor. Ese planteamiento nos reseteo el sistema. Quizá nosotros éramos el daño irreparable. Empezamos a hablar de fútbol para quitar ese pensamiento de nuestras cabezas. “Anda, mira a ver quien ha ganado la final”.
Y mientras nuestras charlas de fútbol crecían, las personas que estaban a nuestro alrededor empezaron a hablar de jota.
Observamos. Todo el mundo en la plaza estaba hablando de jota. Un apocalipsis.
«Quizá la jota es el daño irreparable».
Volvimos a recorrer todo el circuito pero esta vez vestidos de joteros. El objetivo era mimetizarse. Ganar confianza. Averiguar que narices estaba pasando. Averiguar que narices pasa.
“Bien, tranquilos, que nadie se mire las manos”. Pero bueno, quizá tan solo sea otro fin de semana. Tacha el doscientos cinco, estamos a punto de terminar.